martes, 25 de enero de 2011

Una opinión moral errónea








por El Brigante


Tomado de su blog








l libro entrevista de Peter Seewald a Benedicto XVI se ha puesto hoy a la venta. Ya podemos leer lo que realmente dice sobre el uso del preservativo sin necesidad de especular sobre la maldad de los medios de comunicación. Una vez más ha vuelto a suceder. En medio de la equivocidad habitual de las enseñanzas postconciliares, de vez en cuando, nos topamos con alguna afirmación que se resiste a ser forzada hacia los cánones de la doctrina tradicional. He aquí una primera consideración, tras la lectura del texto impreso.

La cosa es bastante más sencilla de lo que se ha querido ver. Los casos a los que se refiere BXVI al hablar del uso del condón son, todos ellos, gravemente inmorales, todos pecados mortales en sí mismos, todos contra natura.

El texto menciona, con vaguedad, el uso del artefacto, por ejemplo, en los actos venéreos y venales, sin especificar si con persona de diferente o del mismo sexo. Los últimos son actos contra natura y que claman al cielo por sí mismos, y por eso mismo, formalmente inhábiles para la procreación.

En ellos, la razón de corrupción no es el impedimento del fin procreativo, pues no son actos de sexualidad propiamente humana. No han faltado “exégetas” que afirman que, al no tratarse de actos aptos para la generación, en ellos el uso del condón es lícito si con ello se obtiene la evitación de un mal físico. El problema es que ignoran, quienes así se expresan, que la abominable gravedad de estos actos proviene del impedimento del fin de la misma naturaleza humana y por eso mismo, ningún factor reductivo puede rebajar la gravedad del acto, aunque se le puede, eso sí añadir malicia.

Los actos venéreos con cómplice de distinto sexo, en sí mismos siempre gravemente ilícitos (mortalmente), se convierten en contra natura (onanísticos) por medio del uso del preservativo, luego se agrava su inmoralidad, mudando la especie del acto.
En unos casos, los sodomíticos, el recurso al condón (con miras a la evitación de un contagio) no muda la perversidad del acto ya constitutivamente contrario a la naturaleza. Pero de ninguna marera se puede hablar por esa razón de que el recurso al adminículo con el fin de obtener un fin que es un bien físico (profilaxis) reduzca la iniquidad del acto, que se mide por la violación de la finalidad de un orden infinitamente superior. Ni tampoco, por tanto, será legítimo hablar de aceptación, conveniencia o licitud de su uso por ese título. Hablar así es incurrir en un argumento sofístico: como se mata el alma, pero se aspira a preservar el cuerpo, el acto tiene alguna razón de bondad.

Hay, además, un factor añadido que redunda en el sentido contrario. El uso del preservativo en tales actos subjetivamente aumenta la maldad, puesto que si se busca la preservación de la salud física no es con miras a una eventual y futura conversión moral, como deja entender BXVI, sino todo lo contrario: para mejor pecar nuevamente del mismo modo. Así, el uso del preservativo en las uniones sodomíticas, que busca evitar las consecuencias naturales –justicia inmanente– de tales atrocidades, instala a los que así obran en el espejismo de la liviandad de sus actos y les aleja de la conversión: en la práctica supone disociar los actos contra natura de toda consecuencia física, cegando espiritualmente, todavía más, a los actores ante las inevitables consecuencias espirituales.

El recurso al condón en la fornicación entre personas del mismo sexo convierte a ésta, por eso mismo, en contraria a la naturaleza y, por lo tanto, en sí mismo tal recurso se erige en factor no sólo de agravamiento, sino de mudanza en la especie del pecado, haciéndolo siempre onanístico. Quienes razonan diciendo que la única unión sexual lícita es la matrimonial (ciertamente) y que por eso todos los actos sexuales extraconyugales son desordenados y por lo mismo no debieran tratarse como aptos para la generación, argumentan sofísticamente también. La razón es que la finalidad del uso de la sexualidad está dada para la naturaleza humana toda, no para tal o cual individuo o tales personas entre sí. La naturaleza exige el marco del vínculo matrimonial, que es natural, como factor indispensable para que se realice la finalidad de la procreación ordenada (no la mera procreación). Sin embargo, eso no impide que la ordenación general al bien de la especie esté presente en todos los individuos y que en todo ejercicio de la facultad procreativa prime el bien de la especie (fin reproductivo, aun desordenado) sobre el personal (en los casos que nos ocupan, moralmente hablando, un mal: la comisión de un grave pecado, la muerte espiritual). Por eso, impedir el fin procreativo agrava el mal ya gravísimo de la unión sexual furtiva.

Así las cosas, ¿cómo hablar de “casos fundados de carácter aislado, por ejemplo, cuando un prostituido (prostituto) utiliza un preservativo, pudiendo ser esto un primer acto de moralización, un primer tramo de responsabilidad a fin de desarrollar de nuevo una conciencia de que no todo está permitido y de que no se puede hacer todo lo que se quiere” (página 132 de la edición española)? ¿Cómo va a ser el uso del condón en una unión sodomítica, pecado que clama al cielo, un “primer acto de moralización”? Pensar esto supone un alejamiento impresionante del criterio de finalidad y de bondad o maldad intrínseca de los actos humanos, criterio de la moralidad natural y cristiana. Supone considerar que un ingrediente de la acción (uso del condón) que no sólo no rectifica la constitutiva desviación moral del acto, sino que contribuye a que se realice de modo más tranquilo, más asegurado y más repetible tiene algún valor moral distinto y positivo. ¿Cómo va a ser el uso del condón, en una unión ilícita entre hombre y mujer, un “primer acto de moralización”, cuando además de lo anterior, semejante recurso precisamente agrava siempre la ilicitud del acto?

¿Qué significado puede tener añadir que “ésta no es la auténtica modalidad para abordar el mal de la infección del VIH” y que “tal modalidad ha de consistir realmente en la humanización de la sexualidad”, cuando lo que está en juego es infinitamente superior, la vida y la salvación de las almas y de eso no se hace ni siquiera mención, la más ligera mención?

En realidad estamos ante una opinión moral, si así puede llamarse, fundamentalmente discordante respecto de la natural y la cristiana. Una opinión que pretende calificar la moralidad de un acto en función de un doble fin, uno nítido, la preservación del bien físico del hombre, y uno vago, la “humanización de la sexualidad” que, por su misma vaguedad, en la práctica se eclipsa ante el fin de la “reducción del peligro de contagio” (por cierto, después de estar tantos años diciendo que el condón multiplicaba el riesgo en vez de reducirlo, algunos tendrán que “formatear” su disco duro…)

El Brigante

[P.s. Evitemos el recurso al siempre lábil argumento del mal menor. El limitado uso de este argumento –que no principio– se ciñe a situaciones en las que el origen del mal no está en el sujeto que pretende actuar moralmente. Si decido robar un banco, no puedo aducir que robo sólo mil euros porque es un mal menor respecto de robar un millón, puesto que en mi mano está el no robar nada. La razón es que nunca se puede querer un mal, en todo caso se puede tolerar, pero de nuevo, querer deliberadamente el mal depende de mí, mientras que el mal tolerado no depende de mí. El uso del condón nunca supone la elección del mal menor, porque siempre existe la posibilidad de rechazar el acto desordenado in toto. Esto muestra cómo la moral personalista es, además de errónea, derrotista y parte de la fatalidad del fracaso inevitable: “como de todas maneras se va a fornicar…” Realmente evangélico todo esto].

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