viernes, 21 de enero de 2011

El aborto no es el mayor pecado



l aborto no es actualmente el pecado más grave de la humanidad. Es, desde luego, uno de los mayores crímenes que pueden cometerse contra los seres humanos: matarlos, quitarles la vida. También es gravísimo quitarles la fe, escandalizarlos, ayudarles a pecar, matarlos de hambre, por omisión de las acciones que podrían realizarse para sacarles de su miseria, etc. De todos modos, el aborto es un crimen enorme: matar un ser humano en el propio seno de su madre, cuando, siendo inocente, está indefenso, en un estado de total vulnerabilidad y debilidad. Horrible, espantoso.

Pero el pecado más grave del hombre es la infidelidad, no creer en Dios, y aún es peor la apostasía. Cuando al comienzo de la carta a los Romanos describe San Pablo los pecados de la humanidad pagana de su tiempo, dice:

«Desde la creación del mundo, lo invisible de Dios, su eterno poder y su divinidad, son conocidos mediante las criaturas. De manera que son inexcusables, por cuanto conociendo a Dios, no le glorificaron como a Dios, ni le dieron gracias… Alardeando de sabios se hicieron necios… Por esto los entregó Dios a los deseos de su corazón… pues trocaron la verdad de Dios por la mentira, y adoraron y sirvieron a la criatura en lugar de al Creador, que es bendito por los siglos. Por eso los entregó Dios a las pasiones vergonzosas», etc. Y enumera más de veinte pecados-consecuencias del pecado-principal, la negación de Dios (Romanos 1, extractos).

Siempre la Iglesia ha considerado la infidelidad (no-fe) como el más terrible de los pecados, como aquello que más pervierte al hombre y a la sociedad, como el pecado que más pecados causa y engendra. Santo Tomás de Aquino lo explica así:

El pecado es «aversio a Deo et conversio ad creaturas» (STh III, 86,4 ad1m; II-II, 118,5; I-II, 71,6). Aversio en latín tiene más el sentido de apartamiento, separación, que el de aborrecimiento, aunque también puede significarlo. «Todo pecado consiste en la aversión a Dios. Y tanto mayor será un pecado cuanto más separa al hombre de Dios. Ahora bien, la infidelidad es lo que más aleja de Dios… Por tanto, consta claramente que el pecado de infidelidad es el mayor de cuantos pervierten la vida moral» (II-II, 10,3).

Y aún más grave pecado es la apostasía, por la que el creyente abandona la fe. La apostasía es la forma extrema y absoluta de la infidelidad (STh 12,1 ad3m). No hay para un cristiano un mal mayor que abandonar la fe católica, apagar la luz y volver a las tinieblas, donde reina el diablo. Así lo entendió la Iglesia desde el principio, como lo afirman San Pedro y San Juan:

«Si una vez retirados de las corrupciones del mundo por el conocimiento de nuestro Señor y Salvador Jesucristo, de nuevo se enredan en ellas y se dejan vencer, su finales se hacen peores que sus principios. Mejor les fuera no haber conocido el camino de la justicia, que después de conocerlo, abandonar los santos preceptos que les fueron dados. En ellos se realiza aquel proverbio verdadero: “se volvió el perro a su vómito, y la cerda, lavada, vuelve a revolcarse en el barro”» (2Pe 2,20-22). De los renegados, herejes y apóstatas, dice San Juan: «muchos se han hecho anticristos… De nosotros han salido, pero no eran de los nuestros» (1Jn 2,18-19). Y lo mismo Santo Tomás:

«“El justo vive de la fe” [Rm 1,17]. Y así, de igual modo que perdida la vida corporal, todos los miembros y partes del hombre pierden su disposición debida [se corrompen], muerta la vida de justicia, que es por la fe, se produce el desorden de todos los miembros. En la boca, que manifiesta el corazón; en seguida en los ojos, en los medios del movimiento; y por último, en la voluntad, que tiende al mal» (II-II, 12,1 ad2m).

Una sociedad apóstata es capaz de crímenes mayores que una sociedad pagana. Corruptio optimi pessima. Son muchos los pueblos que, ateniéndose a sus tradiciones y religiones naturales, valoran el culto a sus dioses, el respeto a los padres, la virginidad, la maternidad, la obediencia a las autoridades escolares y cívicas, etc. Son naciones que no han llegado a los extremos de perversidad alcanzada por las naciones apóstatas de antigua filiación cristiana. En éstas pueden darse horrores extremos, como «el derecho al aborto», financiado por los contribuyentes, «el matrimonio homosexual», equiparado al matrimonio, el adiestramiento estatal para la rebeldía y la fornicación, también financiado por los contribuyentes, etc. Una sociedad apóstata es diabólica, es capaz de promover, legalizar y financiar las mayores atrocidades.

El aborto es la muestra más patente de que negando a Dios, el hombre no queda libre, abandonado a sí mismo, sino cautivo del diablo, que es «padre de la mentira y homicida desde el principio» (Jn 8,44). No hablo ahora de quien por debilidad comete un aborto. Trato de quienes lo defienden como un derecho humano irrenunciable, como un progreso en la historia del derecho. Y en ese sentido el aborto es diabólico:

–es diabólico el aborto porque es mentira. Hablar del derecho que una mujer madre tiene sobre su propio cuerpo; considerar el feto humano como si fuera un tumor extirpable; poner en duda la identidad humana del niño concebido por padres humanos… todo eso es diabólico. Hay conocimientos científicos sobradamente suficientes para asegurar la identidad genética que se mantiene desde el óvulo fecundado al niño nacido y crecido. No hace falta ser cristiano y tener fe para estar cierto de que el ser concebido en el seno de la mujer es un ser humano viviente. ¿Qué otro ente puede ser, un antropoide? El aborto es mentira, es diabólico. Y todos los filósofos, científicos, escritores y periodistas que callan esta verdad o la niegan están bajo el influjo del Padre de la Mentira.

–es diabólico el aborto porque es homicida, es mata-hombres, como el diablo lo es desde el principio, desde Caín matando a Abel, porque es el enemigo del género humano. Y así como Cristo es «el Autor de la vida», como bellamente le llama San Pedro en su primera predicación apostólica (Hch 3,15), el diablo en cambio es el autor del pecado y de la muerte. De Cristo nos viene la verdad y la vida; del diablo, la mentira y el homicidio. Por tanto, el aborto es diabólico.

José María Iraburu, sacerdote

Día de los Santos Inocentes mártires 2010

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