jueves, 2 de julio de 2009

Entrevista sobre el Dr. Jèrôme Lejeune



Por Mons. Michel Schooyans


Mons. Michel Schooyans es catedrático emérito de Filosofía política y de ideologías contemporáneas de la Universidad Católica de Lovaina. Es miembro de la Academia Pontificia para la Vida, de la Academia Pontificia de las Ciencias Sociales y de la Academia Mejicana de Bioética. Es consultor del Consejo Pontificio para la Familia.



¿Quién era para usted Jérôme Lejeune?

Era ante todo una referencia científica y moral indiscutible. Jérôme Lejeune era un gran señor del espíritu y del corazón. En un mundo en que impera un lenguaje lleno de trampas, su libertad de pensamiento impresionaba. La pasión por la verdad a buscar y a comunicar era su razón de vivir. Sus adversarios y enemigos debían de envidiarle esta soberana libertad que una cierta disciplina del arcano les prohibía. No obstante, a medida que se progresaba en el conocimiento de Jérôme, se descubría en él un poeta, capaz de maravillarse y de hacer compartir su admiración. En su caso, en un sentido, el poeta precedía al sabio. Era un enamorado de la vida, que tan bien sirvió y celebró.

¿Cómo fue que ustedes se encontraron?

A partir de los años 70, las discusiones sobre el aborto y su legalización se intensificaron. En este contexto, los defensores de la vida, aunque poco numerosos y disponiendo de pocos medios, comenzaron a conocerse mejor y a trabajar juntos. Había intercambio de artículos y, sobre todo, congresos internacionales muy animados. Hubo, por ejemplo, dos grandes congresos, uno a Ostende, el otro en Dublín; también otro muy importante a Paris, en el cual Jérôme estuvo, como siempre, brillante. Otras reuniones hubo en diversos países y en Roma. En estos encuentros participaban especialistas en diversas disciplinas; y constituyeron rápidamente una red mundial por la Vida. Es en este contexto muy estimulante que tuve el privilegio de encontrar al Profesor Lejeune. Con el correr del tiempo, nos volvimos a ver con frecuencia y sabíamos poder contar el uno con el otro en todo momento.

Recuerdo muy bien nuestro último contacto el 2 de marzo de 1994. Leímos juntos el Evangelio y le di la Santa Comunión. Jérôme solo tenía en ese momento un hilo de voz, pero reunió todas sus energías para decirme a la vez sus temores pero también su inquebrantable esperanza. Un mes más tarde, del 6 al 10 de abril, tenía lugar en Irvine, California, la gran asamblea internacional de Human Life International. Fue al llegar allí, justo antes de la Asamblea, que supimos que Jérôme había sido llamado a Dios el día de Pascua, el 3 de abril. El 8 de abril, propuse a la asamblea plenaria una moción aclamada y refrendada por numerosas personalidades presentes. Redactada en inglés, esta petición fue transmitida enseguida a las Autoridades romanas. Luego de las consideraciones usuales, se decía particularmente: «Muy Santo Padre, nosotros, participantes de la XIII Conferencia Mundial de Vida Human Internacional sobre el Amor, la Vida y la Familia, pedimos humildemente a Su Santidad que se inicie, en el momento oportuno, la causa de beatificación del Dr. Jérôme Lejeune».

¿Qué recuerdos tiene usted de él?

Guardo en la memoria un recuerdo particularmente conmovedor porque implica dos personalidades por las cuales tuve siempre respeto y afecto. Hace cerca de veinte años, Jérôme fue invitado por el Rey Balduino de Bélgica al Palacio Real de Bruselas. El Profesor había sido invitado a un coloquio singular que trató, me figuro, sobre el respeto de la vida. Como habíamos convenido, enseguida después de esta entrevista, Jérôme, radiante, me vino a ver a mi casa a Louvain-la-Neuve. Su discreción fue ejemplar, pero no fue necesario que fuera descubierto el secreto del Rey para comprender que entre Su Majestad y el Sabio, la corriente había pasado perfectamente.

¿Piensa usted que él pueda ser un ejemplo para una nueva generación de servidores de la Vida?

Los jóvenes de hoy, como por otra parte los menos jóvenes, tienen necesidad de figuras del temple de Jérôme. Es claro que en un mundo donde demasiados médicos sirven a la muerte o explotan el sufrimiento de los otros, el Profesor Lejeune aparece, moral y científicamente, como un líder incontestado llamado a suscitar una nueva generación de investigadores y de médicos facultativos en el vasto dominio de las ciencias biomédicas. Pero la influencia de Lejeune no va a detenerse allí. El hermano Jérôme va a continuar motivándonos a todos para que nos comprometamos aún más en un abanico ampliado de acciones concertadas y convergentes para la vida.

¿Qué medios concretos ve usted para defender la vida?

Lo que es urgente, es mejorar la formación de los jóvenes. So capa de la «salud reproductiva», organizaciones internacionales y gobiernos nacionales están pervirtiendo a la juventud, desde la niñez. Los padres deberían ligarse para objetar en conciencia estos programas de depravación. Lo mismo es necesario invertir la visión que ve en el niño un riesgo más que un don, y en la sexualidad una explotación de la fisiología al servicio del hedonismo individual. En cuanto a la Iglesia, debe afrontar los mercaderes de muerte. Ella debe recordar que los cristianos no tienen el monopolio del respeto de la vida, dado que este respeto está inscrito en todas las grandes tradiciones morales de la humanidad. Reconocer el valor de la vida humana, es la condición previa a la entrada en moral cristiana; es el pórtico de esta moral.

¿Qué función debe asumir el cristiano en la vida pública?

Contrariamente a lo que se dice con frecuencia, la religión no es un asunto puramente privado. La fe, dice la Escritura, revela su dinamismo en la caridad (Cf. Ga 5,6). Todo el Evangelio, toda la doctrina social de la Iglesia son un llamado al compromiso cristiano en el mundo de este tiempo. Los cristianos siempre reconocieron esta necesidad de contribuir al buen funcionamiento de la Ciudad. Lo hicieron y continúan haciéndolo en el sector social y económico. Frente a los ataques de los que la vida es objeto, existe hoy en día un deber particular y urgente de compromiso, no solamente en el sector biomédico, sino también en el doble sector de la política y el derecho. También es necesario que los cristianos no den el espectáculo escandaloso que ofrecen algunos, diciendo: «Como cristiano estoy contra el aborto; pero como político estoy por su legalización.» En suma, hay que evitar dos trampas. La primera es la privatización de la religión. Preconizada por el laicismo, esta privatización apunta a neutralizar la acción de los cristianos en la sociedad y a desmovilizarlos. La segunda, es la «recuperación»: es el riesgo que corren los cristianos que flirtean con las sociedades iniciáticas. El cristiano se arriesga en este caso de volverse cómplice de la restricción mental que empuja al iniciado a ocultar una dimensión esencial de su identidad: la pertenencia a tal sociedad secreta. Al término de este proceso ambiguo de compañerismo, le será muy difícil al cristiano rechazar la mano tendida y criticar públicamente, por ejemplo, tal proyecto moralmente inadmisible...

Lovaina-la-Nueva, marzo 2007.



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