lunes, 22 de junio de 2009

Evolución y fraude



por el Dr. Enrique Díaz Araujo


Tomado de Mikael Nº 7
Revista del Seminario de Paraná
Primer cuatrimestre de 1975




"Una prehistoria podrida de hipótesis y llena de viento".
Charles Maurras. (Revue Universelle, 15-1-1921, p. 16).



volucionismo y fraude han ido siempre asociados. Aclaremos que por "evolucionismo" se entiende la teoría —defendida como tesis comprobada— de la descendencia humana por vía del transformismo de todas las especies. Y por fraude se alude a los hechos ilícitos de las falsificaciones científicas y a las falsedades ideológicas; en estas últimas se cae, cuando a una mera hipótesis de trabajo se la presenta como una verdad demostrada, o se insiste en exhibir su validez cuando la experimentación la ha desmentido.
El evolucionismo, que ha abarcado todas las disciplinas vinculadas al estudio de la naturaleza, ha hecho especial hincapié en el análisis del pasado ancestral, en la paleontología y la prehistoria. Y nunca se ha caracterizado en exceso por la seriedad de sus conclusiones. Es el mismo gran maestro del evolucionismo contemporáneo, Pierre Teilhard de Chardin, quien afirma: "hubo un tiempo en que la Prehistoria merecía ser objeto de sospechas o burlas'' (1). Ese tiempo ha continuado.

1. LOS ESLABONES DE LA TEORÍA EVOLUCIONISTA

El proceso comienza ya con el primer divulgador del evolucionismo darwinista, el zoólogo de la Universidad de Jena, Ernest Haeckel.
Como es sabido, el difundido autor de "los enigmas del Universo" fue quien acuñó la expresión "monismo" para referirse a la teoría de la significación unitaria del universo en sus tres reinos naturales. Él fue quien popularizó la denominada "ley biogenética fundamental" (por la cual la "ontogenia" —desarrollo de! embrión animal a partir del huevo- sería la "recapitulación" —reproducción abreviada— de la "filogenia" — desarrollo de las especies a través de las eras geológicas — ). Fue él quien exhibió con lujo de detalles los primeros "árboles filogenéticos", para explicar la transformación histórica de las especies, partiendo de la materia inerte hasta el hombre. Así aseguraba la unidad de la naturaleza ("ley biofísica") y su conexión causal (el determinismo riguroso).
Además proponía la existencia de un "missing-link" (eslabón que falta, según Darwin), el llamado "P'ithecanthropus" (pileco, mono, antropos, hombre).
Su principal tarea, fuera de la exposición del esquema reseñado, fue tratar de encontrar esa primitiva forma común (el "phyllum" de todas las especies). Así habló de la "mónera", como una ameba sin núcleo. En su "Histoire de la création naturelle", anunciaba que "estas móneras son sólo pequeños grumos mucilaginosos, móviles y amorfos, constituidos por una substancia carbonada albuminoide" (p. 134). El lector pensará, lógicamente que Haeckel disponía de alguna prueba de la existencia de las tales "móneras". Pues no. Y como en los congresos internacionales a los que asistió se lo hicieron notar con cargosa insistencia, él se dio en fabricar sus pruebas. "Llegó al extremo de alterar las reproducciones de algunos preparados, con el fin de dar una base más evidente a sus afirmaciones" (2). Pero sólo consiguió una cosecha renovada de burlas y sarcasmos.
Entonces fue cuando el darwinista inglés Thomas Henry Huxley (que se hacía llamar "el bull-dog de Darwin"), anunció haber descubierto en el océano Atlántico, a una profundidad de 4000 a 8000 metros, una materia gelatinosa, a la que clasificó como la célebre "mónera" y en homenaje a su inventor la llamó "bathybius haeckelli" . El "batibio" (de "bathus", profundo y "bios", vida), era la cosa que se daba la vida a sí misma. "En los medios adictos a Haeckel hubo una explosión de entusiasmo. . . Haeckel triunfaba, pues todas sus exposiciones de la evolución asignaban un lugar primordial al recien llegado. Sin embargo, los bioquímicos, que progresaban con menos entusiasmo y más espíritu crítico, pusieron las cosas en su lugar. Huxley mismo, en 1879, en el Congreso de la Asociación Británica realizado en Sheffield, reconoció su error con un sentido del humor muy inglés: ..."yo pensé que mi joven amigo Bathybius me prestaría algún servicio, pero lamento decir que con el tiempo no ha respondido a ninguna de las promesas de su juventud. . . no se trata más que de un precipitado gelatinoso de sulfato de cal, que ha arrastrado en su caída un poco de materia orgánica". Mientras Huxley abandonaba de este modo su propio descubrimiento, Haeckel se empeñaba aún más en defender la realidad de ese ser vivo- cuya existencia era fundamental para su sistema. En realidad nunca abandonó esa idea" (3). Así se registró el escandaloso fraude.
Pero mientras el mundo-científico se divertía a costa de la mónera de yeso, hubo quien —por iguales urgencias de fideísmo que Haeckel — siguió creyendo en su validez. Fue nada menos que el padre del materialismo dialéctico, Federico Engels, quien en su obra "Dialéctica de la Naturaleza", en 1880, a, pesar de las irrefutables pruebas de Pasteur, sostuvo que el paso de la materia inerte a la vida se daba a través del puente haeckeliano. "Engels. . . se cuida mucho de poner en duda el Bathybius Haeckelli"; pero por si acaso ofrece otra primera substancia el "Eozoon canadense" (4).

¿Quién era este nuevo divo del evolucionismo?
Por esos años —de las grandes ilusiones de la segunda mitad del siglo XIX— los transformistas Dawson y Carpenter habían encontrado en el Precámbrico de Finlandia y de los Pirineos un fósil al que atribuyeron el carácter de primer vestigio de vida y enseguida lo bautizaron con el nombre de "eozoon canadense". Aunque algunos prevenidos consideraban "que tenía una estructura demasiado regular para un ser viviente, habría podido mantener bien o mal su lugar bajo el Sol de la prehistoria si no se hubiese encontrado en las zonas de metamorfosis de contacto. Recibió el golpe de gracia y perdió sus últimos defensores cuando se lo descubrió en los bloques calcáreos del Vesubio. Un cierto número de otros fósiles de estos terrenos han ido a unirse al Eozoon en el vasto campo de las ilusiones perdidas". Hasta el mismo maestro del neo-darwinismo marxista, J. B. S. Haldane, terminó por admitir que "el Eozoon canadense, casi con seguridad, no es un producto orgánico" (s). Así se derrumbó el segundo fraude.

Hubo que abandonar ese campo y refugiarse en otro: el de la embriología.

Ya el evolucionista Fritz Müller había sintetizado así la proposición que Haeckel haría suya: "En su desenvolvirniento embriogenético, todo individuo asume sucesivamente las diferentes formas por las cuales ha pasado su especie para llegar al estado actual; la ontogenia es paralela a la filogenia". Para probar esa repetición embriológica de la anatomía comparada, Haeckel tomó el caso de los celenterados y afirmó que el saco invaginado de dos capas y una boca, la "gastrea", era la forma adulta ancestral de todos los organismos multicelulares. Así la "gástrula" (de gastros, vientre) vino a ser la fase embrionaria fundamental.

Pero tanto Müller como Haeckel habían ignorado' los estudios del biólogo ruso Karl Ernest von Baer, publicados ya en 1828, según los cuales "el embrión de una forma superior no se parece jamas a ningún otro animal sino solamente al embrión de este último" (6). Era, por lo tanto, como lo dice Vialleton, una ignorancia culpable y deliberada, o, en otros términos, una falsedad ideológica. Darwin mismo, había adherido a la tesis de Müller, pero de un modo muy cauteloso.

"Rara vez —sostiene el biólogo neodarwinista y director del Museo Británico, Gavin le Beer— un aserto como la "teoría de la recapitulación" de Haeckel, fácil, ordenada y plausible, ampliamente aceptada sin examen crítico, ha causado tanto daño a la ciencia. . . "
En un principio pareció triunfar, cuando A. Hyatt en 1872 y L. Würtenberger en 1880 publicaron hermosas series de amonitas fósiles; son organismos con concha en espiral que continuamente crecen durante su vida. Las dispusieron en series que mostraban que los caracteres de las espiras exteriores (y, por tanto, adultas) de las conchas de los descendientes estaban representadas en las espiras interiores (y, por tanto, formadas antes) de las conchas de los antepasados. Parecía tenerse la prueba de la "recapitulación". Tan atractivo parecía este cuadro que hubieron de transcurrir unos años para que A. Pavlov, en 1901, mostrara que para disponer las conchas de las amonitas en este orden hay que invertir el orden estratigráfico de la sucesión biológica. En otras palabras, las series de Würtenberger y Hyatt falsificaban la prueba y carecían totalmente de valor. Además, Pavlov descubrió, no sólo que las amonitas no recapitulaban sus antepasados adultos en el desarrollo embrionario, sino que, por el contrario, hay casos en que la descendencia adulta refleja caracteres del antepasado joven. Estas conclusiones fueron confirmadas, con independencia y por completo, por L. F. Spath en 1838... Entre tanto, por razones tanto teóricas como factuales, la teoría de la recapitulación fue seriamente atacada por C. H. Hurst en 1893 y por A. Sedgwick en 1894, quienes criticaron sus bases conceptuales y señalaron que Haeckel había descuidado las pruebas al formular su teoría. Estaba reservado a Walter Garstang, en 1922, demostrar con toda amplitud el sofisma de la "teoría de la recapitulación". Lo hizo aportando pruebas, deducidas de una comparación exacta entre las fases de desarrollo de diferentes Crustáceas, de que durante el desarrollo embrionario un organismo no recapitula las fases adultas de la historia evolutiva, sino que repite las correspondientes fases de desarrollo embrionario) de sus antepasados, hasta el punto en que se verifica la divergencia. En otras palabras, Garstang volvió a colocar sobre los raíles de von Baer el tren del pensamiento que había hecho descarrilar Haeckel. En otro orden, ''la teoría de "gastrea" se basaba sobre el supuesto de que los animales pluricelulares primitivos originales eran sacos huecos de dos capas de celenterados. Hadzi (1944) ha expuesto las razones que le llevan a creer que estos metazoos primitivos originales no eran sacos huecos, sino sólidos, como protozoos subdivididos por particiones internas en células, condición de la que tenemos algunos ejemplos en algunos gusanos planos (Turbellaria Acoela). No queda nada de la teoría de la "gastrea" (7).
"La ley biogenética de Haeckel es falsa", concluye el biólogo evolucionista Georges Olivier (8). Por otra parte, "son demasiado conocidas las mistificaciones de Haeckel para que insistamos en este punto" (9) al extremo que ningún biólogo serio las acepta hoy (10), excepto, claro está, los modernos haeckelianos, los sectarios seguidores de otro mistificador, Teilhard de Chardin (11).

Descartado el estudio de las especies menores, los fideístas del evolucionismo se lanzaron en busca del "eslabón perdido". Con tal propósito el médico militar holandés Eugenio Dubois exploró en la isla de Sonda primero y en las de Java después. En 1891 en la localidad de Trinil, a orillas del río Sola, halló una porción de cráneo (la calota), un fémur y algunos dientes. Inmediatamente anunció haber encontrado al estadio intermedio entre el hombre y el simio y, en homenaje a Haeckel, le puso "Pitecanthropus erectus". Como el casquete craneal presentaba un fuerte aspecto simiesco, los sistematizadores lo ubicaron entre los grandes monos; pero los evolucionistas actuales, en función de los fósiles próximos hallados por R. von Koenigswald (1935), lo catalogan dentro de la familia "hominidae", subfamilia "hominidae", género "homo" con diferencias sólo en el nivel específico con el "homo sapiens" moderno. En consecuencia no era el anhelado "missing-link" del transformismo.

Pero lo que nos interesa para nuestro asunto es la conducta de su descubridor. Por lo pronto hizo, popularizar una imagen completa del famoso "pitecántropo", por todos los medios de difusión de la época. Con tal motivo, bien podía Gilbert K. Chesterton ridiculizar esa "ciencia-ficción" señalando 'la presencia de un "un excelente dibujo de un realismo tan minucioso, que no puede uno dudar que le contaron, uno por uno, hasta los cabellos. ¿Quién sospecharía al ver esos rasgos fisonómicos, poderosamente acentuados, y esta mirada meditabunda, que son el retrato de un fémur o de un pedazo de bóveda craneana y de un puñado de dientes? Su carácter y costumbres son igualmente de notoriedad pública. .." (12). Algo similar se podría decir de todas las divulgadas reconstrucciones posteriores de fósiles. Pero volviendo a Dubois, cuando su descubrimiento empezó a suscitar polémicas en el mundo científico, él "no tardó en encerrarse en un silencio y un aislamiento casi completos, sin publicar el estudio detallado de sus documentos a los que guardaba con celoso cuidado". ¿Por qué ese silencio de casi cuarenta años, después de tanta algarabía? Porque del examen de los únicos restos observados se comprobó que "los dientes eran de un orangután" (13). ¡Con esa honestidad procedían los evolucionistas!

Cuando uno vuelve la vista, pues, sobre la obra de Haeckel, el maestro de todos esos falsarios, no puede dejar de compartir el juicio de los auténticos hombres de ciencia. Así el doctor Charles Singer (profesor de biología de la Universidad de Londres), ha dicho que Haeckel, "ha construido árboles genealógicos de seres vivientes que hoy hacen casi sonreír. Ha alterado a menudo la exactitud científica de los hechos... Su admirable talento de dibujante le ha "llevado a representar ciertas formas muy elegantes de los pequeños organismos viendo en ellos detalles que no veían quienes no eran artistas tan entusiastas" (14). Ernest Adickes (profesor de la Universidad de Tubinga), escribió: "Haeckel se ha revelado siempre completamente incapaz de separar de un modo claro y concienzudo los hechos y las teorías, lo dado y su interpretación (¡y justamente en esto consiste la salud de la ciencia!), las hipótesis se convierten para él en dogmas; los límites entre lo posible y lo imposible se confunden; hasta lo imposible lo parece necesario, cuando encaja en el conjunto de su pensamiento. Haeckel es de un extremo a otro dogmático. . . es una nulidad completa" (15). "Este transformista —dice el profesor francés Jules Carles creía hasta tal punto en el encadenamiento de los seres vivos, que llegó a inventar los eslabones intermedios que faltaban" (16). Y el juicio definitivo del profesor de la Universidad de Berlín, Frederik Paulsen quien al leer "Los enigmas del universo" lo comentó de esta manera: "He leído este libro abrasado de vergüenza; vergüenza por el estado de la cultura general y de la cultura filosófica de nuestro pueblo. Es doloroso que un libro semejante haya sido posible, haya podido ser escrito, impreso, comprado, leído, admirado, creído en el pueblo que tiene un Kant, un Goethe, un Schopenhauer" (17).

Pero los fraudes no terminaron con Haeckel y sus discípulos.

Otro de los "grandes" del evolucionismo, Jean Baptiste de Monet, caballero de Lamarck (1744-1829), en un divulgado libro, "Filosofía Zoológica'' (1809), tomando el ejemplo de la jirafa y del antílope, había sostenido que la primera era una evolución del segundo, cuyo cuello, lengua y patas se habían desarrollado para adaptarse al medio arbórico. Sobre la hipótesis del uso y desuso de los órganos, sentó una línea evolutiva total, denominada la "teoría de los caracteres adquiridos". Tanto Haeckel, por supuesto, y el propio Charles Darwin (1809-1882) —que basaba su doctrina en la "selección natural"— encontraron en ella la ideal complementación de sus teorías. Por eso Lamarck es considerado como el fundador del "evolucionismo a ultranza; el más pronunciado que haya existido jamás" (18).

Nada, sin embargo, los autorizaba a semejante conclusión, pues desde siempre —y cuando menos— era conocida la experiencia de la circuncisión de loa judíos, practicada a través de los siglos, sin variaciones específicas. Por el contrario, para airear sus teorías, tuvieron que ignorar cuidadosamente los experimentos de un modesto monje benedictino austríaco, Gregor Johann Mendel (1822-1884), quien estudiando con paciencia el comportamiento de un almácigo de arvejas., descubrió en 1865 las verdaderas leyes, o tendencias, de la herencia.

Pero los lamarckianos menospreciaron esos conocimientos y se pusieron, con fecunda prodigalidad, a sacar conclusiones de sus propias tesis. En Inglaterra, el filósofo del evolucionismo, Herbert Spencer (1820-1903) y el primo de Darwin, Francis Galton (1822-1911), aplicaron el evolucionismo hereditario a las razas humanas y elaboraron las doctrinas "racistas" de la "eugenesia" y del "darwinismo social". Ya que cruzando jirafas de cuello largo con jirafas de cuello corto se podían obtener jirafas de cuello mediano, también se podían cruzar las razas humanas para conseguir el "progreso indefinido" del hombre y la sociedad, tema caro a todo el positivismo materialista liberal. Claro está que ni siquiera habían demostrado primero su aserto zoológico; pero los evolucionistas nunca se han detenido demasiado en esas minucias.

Por ello hubo que esperar hasta el año 1900 para que las experiencias de Mendel, divulgadas por Hugo de Vries, Karl Erich Correns y Erich Tschermak von Seysenegg, en forma separada, establecieran las bases definitivas de la "Genética", ciencia que concluyó con las ilusiones de los transformistas en este terreno. En efecto: Mendel había probado que las variaciones casuales que se producen en las especies en el transcurso del tiempo, no daban un producto medio, sino que aparecían y reaparecían, heredándose independientemente de los componentes visibles. La herencia biológica, en consecuencia, no implicaba una verdadera fusión de las cualidades de los padres y menos de los caracteres adquiridos. Augusto Weismann (1834-1914), completó esta visión al distinguir entre "germen'"' y "soma", es decir entre las células germinales y el resto del organismo; probando, con la experiencia sobre ratones a quienes se les amputó la cola durante 20 generaciones, que el rabo se reproducía invariablemente en las crías. Walter Fleming (1843-1905) halló en las células animales unos filamentos a los que llamó "cromosomas" (cuerpos coloreados), y van Beneden (1846-1910), determinó en 46 el número de los cromosomas de las células humanas. W. S. Sutton (1876-1916) mostró que los cromosomas se comportaban como los factores de la herencia de Mendel, y Johannsen con sus experiencias sobre las pequeñas variaciones de las especies (1903, 1909), probó que esas "mutaciones" se producían en los gérmenes y no en el soma. Cuando en 1910 T. H. Morgan trabajando con la mosca de la fruta ("drosophila"), advirtió que los genes hereditarios se hallaban en el interior de los cromosomas dispuestos linealmente, quedó ya construida la moderna "teoría cromosómica de la herencia".

Esa teoría arruinó para siempre la tesis evolucionista de los caracteres adquiridos, porque la presencia de genes dominantes y recesivos con sus mutaciones sólo determinables por un cálculo de probabilidades, al tiempo que comprobaba el criterio clásico de la estabilidad e innovación constantes y de la individualidad de cada nuevo ser, indicaba que las grandes modificaciones (las transformaciones de los evolucionistas), llamadas "somaciones", no eran heredables. De manera que los cambios que el ambiente o la acción externa introducían en un individuo, morían también con él.

Las posteriores investigaciones en esta materia, como la de los virus proteínas de Stanley (1935), del comportamiento de los ácidos nucleicos (DNA y ARN), etc., no han afectado, en lo fundamental, las leyes mendelianas sobre el material hereditario. Por tal motivo es que los genetistas neodarwinianos convienen hoy en admitir como errónea la posición inicial de su escuela. Para Asimov, fue "la brecha en la teoría de Darwin. . . el más lamentable defecto" (19). L. S. Penrose estima que "desgraciadamente, la transmisión de características durante la vida animal no ha sido demostrada experimentalmente. . . Hablando estrictamente, los caracteres y rasgos no son trasmitidos en absoluto" (20). Y C. H. Waddington, cree insostenible la teoría de la "pangénesis", como la denominó Darwin; él "se sintió inclinado hacia la idea de Lamarck de que el uso y desuso de varios órganos tendía a producir variaciones hereditarias. . . pero la labor posterior no ha conseguido encontrar pruebas de qué así suceda. . . En lugar de ello, tenemos qué ofrecer dos signos que dicen "callejón sin salida". Por eso no vacila en aceptar que es "la laguna principal en la teoría darwinüsta de la evolución" (21).

Entonces los seguidores de Darwin se orientaron por otro camino: el de la selección natural. Uno de ellos, Yves Delage, exponía así el problema: "la cosa es fácil de comprender. Si los caracteres adquiridos son hereditarios, cada generación hace nacer un nuevo progreso a la adaptación de la especie, y todos esos pequeños progresos explican sin dificultad la evolución de ésta. Es el triunfo del lamarckismo. Si no es así, si cada nuevo progreso muere con quien lo ha alcanzado, nada puede hacerse más que por selección ciega, y es preciso probar que es capaz ella sola de explicarlo todo: la adaptación, la evolución y la regresión" (22). Es decir, que el azar era el dueño y señor del mundo. Para reforzar su posición dejaron de lado las verdaderas transformaciones y se dieron en magnificar las pequeñas mutaciones, y en lugar de hablar de la evolución de los individuos, acudieron a las grandes poblaciones. Ni con eso han conseguido su objeto. Como en forma irrefutable lo ha expuesto Lecomte de Noüy, en las condiciones expuestas por los neodarwinianos, se necesitarían diez mil millones de años para la formación de una molécula, simplificada, por la vía del azar, de manera que "pretender que existe esta relación es de visionarios, por no decir de impostores" (23). Por otro lado las mutaciones magnificadas en los laboratorios han resultado todas "aberrantes y en su mayoría letales" (24) como las que se han hecho con la mosca "drosophila". Asimismo todas las tareas —en que invierten su tiempo y sus grandes recursos financieros— de hibridación, les fracasan por la infertilidad o inviabilidad de sus creaturas. Es que ellos persisten en desconocer el gran principio biológico de Vialleton de que "todo ser ya está adaptado desde un principio".

2. LAS FALSIFICACIONES DE LOS CIENTÍFICOS

Tal es el estado de la cuestión genética en nuestro tiempo. Pero este largo preámbulo lo hemos hecho con el fin de arribar ilustradamente a nuestro tema: el de las falsificaciones.
No obstante que la casi unanimidad de los científicos, desde hace ya mucho tiempo, comparten la afirmación de Lessertiseur de que la teoría lamarckista de la heredabilidad de los caracteres adquiridos debe ser archivada "en el conservatorio de las doctrinas muertas", ha habido algunos ultrasectarios que se han aferrado a ella como a su única tabla de salvación. Y claro, ante la imposibilidad de probarla, han tenido que recurrir al viejo expediente del fraude científico.

El que inició la punta de esta tarea fue Kammerer; pero "el caso extremo en este sentido lo constituye el agrónomo soviético Lysenko y sus seguidores, los cuales en tiempo de Stalin llegaron a implantar en la U. R. S. S. una férrea dictadura en el campo de la biología. Por motivos más bien políticos, propugnaron ideas de tipo lamarckista y llegaron a prohibir la genética mendeliana. A principios de 1965, Lysenko ha sido definitivamente destituido y se ha rehabilitado en la U. R. S. S. a la verdadera genética," (25). El motivo político de T. D. Lyssenko fue curioso pero coherente: Si Stalin siempre tenía razón, y éste se apoyaba en Lenin, el que a su vez descansaba en Marx, y él se remitía a Darwin, quien en definitiva reposaba en Lamarck, este último "debía" tener razón (26). Armado de tal silogismo dialéctico, y dé las "pruebas" elaboradas por el biólogo ruso Michurín, enfrentó a los miembros de la Academia de Ciencias Agrícolas de Moscú. Mas, como éstos no se dejaron convencer, en agosto de 1948 los hizo deportar a Siberia, hasta que en 1953 fue desautorizado por no haber logrado dar "una sola prueba experimental de las teorías emitidas por él". El único perjudicado —anota con sorna Alberto Falcionelli— fue un "vecino de Chacras de Coria (provincia de Mendoza, República Argentina) que, en 1950, combinando su condición de rico hacendado con su función de dirigente comunista, había fundado, con entusiasmo conmovedor, un "Centro experimental Michurín-Lyssenko" (27).

La teoría evolucionista de la herencia de los caracteres adquiridos, habrá llegado a ser, como dice con fineza, el Premio Nobel de Biología, Jean Rostand, "un cuento de hadas para personas mayores" (28); pero también es una renovada fuente de fraudes.

Para explicarlos, ya que nunca para justificarlos, quizás uno podría recordar las tremendamente adversas circunstancias en que se han tenido que desenvolver al expirar "el estúpido siglo XIX". En especial el contraste que sufrieron todos los materialistas —evolucionistas incluidos— frente al principal movimiento científico contemporáneo; me refiero, claro está, a la revolución de la física.

Es bien sabido —pero no está de más recordarlo— que el mundo matemático de los Fourier, Laplace y energetistas positivistas, se derrumbó por completo al iniciarse el presente siglo. El 14 de diciembre de 1900, el alemán Max Planck hizo conocer su teoría de los "quantum" de luz, que Arthur Compton (y A. Einstein), completó con la de la cuantificación de la energía radiante. En 1913 el investigador danés Niels Bohr extendió la idea a los electrones del átomo, introduciendo las "reglas de cuantificación" para las dimensiones atómicas. En 1925, el físico Louis de Broglie añadió el estudio de la luz como una "mecánica ondulatoria" y al año siguiente, el alemán Werner Heisemberg expuso el nuevo tratamiento de los problemas, cuánticos con un "álgebra no-conmutativa", del que devino el llamado "principio de incertidumbre" o de "indeterminación". A partir de la ecuación de onda relativística, en 1929, el inglés P. A. M. Dirac anunció su teoría de las "antipartículas". Es que a su vez, la teoría cuántica se había visto enmarcada por la de la "relatividad" generalizada, de Alberto Einstein (1905, 1915), que vinculada luego a la hipótesis del universo en expansión de Lemaitre (1927) y la del propio Einstein del "campo unitario" universal (1928), nos ofreció una nueva visión cuadrimensional del universo, cambiando radicalmente la imagen newtoniana del espacio y tiempo como unidades separadas. Con todos esos elementos de juicio se pudo retomar el modelo planetario atómico de Ernest Rutherford, construir el ciclotrón de Lawrence (1929) para la aceleración de las partículas y llegar a la fisión atómica con Enrico Fermi (29).

Así las cosas, al promediar la época del 40, todas las antiguas nociones de "energía", "materia", "mecánica'' y "causa" se vieron alteradas. Al tornarse ahora como criterio básico el de la "probabilidad", los comportamientos rígidos defendidos por los materialistas decimonónicos se vinieron al suelo. "Los hombres de ciencia de hoy se saben mucho más limitados que lo que sus predecesores pudieran imaginar — anota el ensayista Salvador de Madariaga — porque por el lado práctico o físico han logrado tal perfección en sus instrumentos que ya, a la escala a que han llegado, todo progreso de la observación es imposible; mientras que por el lado teórico y matemático, la fórmula de Heisemberg les opone una barrera infranqueable en el camino hacia el conocimiento exacto de lo infinitamente pequeño, y la expansión del espacio les limita el campo de observación de lo infinitamente grande a dos mil millones de años luz. Va ganando, además, terreno entre los hombres de ciencia una actitud que considera a la ciencia en su conjunto como un sistema de relaciones entre aspectos de la naturaleza observables y comprensibles para el hombre, pero que deja inevitablemente intactos e inobservado» otros aspectos de la naturaleza que no alcanzamos a comprender, ni a observar" (30).

Conforme a su buena costumbre, los materialistas se resistieron a admitir las evidencias científicas. "El caso de la teoría atómica es un claro ejemplo de ello: ningún fisco duda hoy de la realidad del átomo. Dió, sin embargo, lugar a discusiones célebres. .. Ostwald, Mach, Duhem, se negaban a admitirla; han sido antiatomistas por negarse a admitir "objetos" reales en la construcción científica,- lo han sido con ahinco, hasta con pasión. Hasta 1919, Mach protestaba contra la teoría cinética. ... El advenimiento del objeto científico "átomo", su fecundidad ilimitada, han sellado la susrte del positivismo de estricta observancia" (31). En conclusión: "el determinismo —como lo afirmara el premio Nobel de física, L. de Broglie— no parece ya demostrable por la ciencia humana, y si se quiere absolutamente mantener su principio, sólo podrá ser a título de postulado metafísico" (32).

Todas estas sucesivas decepciones llevaron a los evolucionistas integrales (monistas, deterministas, materialistas) a refugiarse en una especie de coto cerrado de caza: la paleontología. Fue "la" ciencia evolucionista por antonomasia. Pareciera que para ingresar a ella — como a ciertas sectas iniciáticas— hubiera que participar de un difuso credo transformista previo, sin el cual no se puede sacar patente de "sabio", como con prosopopeya acostumbran a denominarse sus practicantes. Esta circunstancia vuelve doblemente difícil la evaluación de sus conclusiones, porque salvo algunos trascendidos que nos llegan al vulgo — presumiblemente producto de rivalidades o celos de capillas—, en términos generales, reina una armonía, más parecida a un "alto no tocar el punto", que a un verdadero consenso científico. Con todo, esas infidencias son lo suficientemente reveladoras como para establecer algunas premisas sobre el mecanismo de la mistificación.

Veamos si no dos casos como muestra: el del "Hombre de Piltdown" y el del "Sinántropo de Chukutien", famosos hallazgos de la reciente paleontología evolucionista.

Examinemos primero el notable caso dé "Piltdown".

En 1908 un personaje singular, Charles Dawson, ferviente profeso del transformismo, dijo haber encontrado un fragmento fósil en Piltdown, cerca de Brigthon (sur de Inglaterra), proporcionado por unos mineros. En 1911, contando con la colaboración del conocido antropólogo evolucionista Smith Woodward y de su discípulo, el seminarista jesuíta Pierre Teilhard de Chardín, hizo una nueva exploración en el lugar para ubicar nuevos restos. Un día de agosto de 1913, Teilhard dijo haber encontrado un diente canino; poco después Dawson descubrió dos huesos, nasales y, finalmente, en 1915, pusieron al descubierto otros fragmentos craneanos, un frontal, un occipital y un molar, junto con una fauna de relación. Mientras que los elementos craneales eran típicamente humanos, los de la mandíbula eran simiescos. Los mamíferos, decíase, eran del antiguo pleistoceno. Por la edad geológica y los caracteres inarmónicos del fósil, se lo presentó como el más antiguo intermediario ancestral conocido del hombre. Smith Woodward lo bautizó enseguida con el nombre de "Eoanthropus dawsoni", forma primera de la humanidad.

Dado que algunos científicos se mostraron reticentes con el descubrimiento, el P. Teilhard publicó un artículo, "la Cuestión de I' Homme Fosile" en la revista "Psyché", Nº 99 (33). Quejándose de los críticos decía: "desgraciadamente la mayor parte de los antropólogos (incapaces de explicar la presencia de un chimpancé en la Inglaterra pleistocena) consideran que la asociación del cráneo y la mandíbula es anatómicamente imposible. En nuestro cuadro de distribución, fig. 12, hemos ubicado al azar el eoantropos basándonos en los caracteres del cráneo, en la raíz del grupo H. Sapiens, presuponiéndose que su edad es del pleistoceno medio".
En todos los gráficos de, las clasificaciones "sistemáticas", el "eoantropo" consiguió un ugar destacado.

Pero en el año 1953, tres entrometidos investigadores del Museo Británico, J. S. Weiner, K. P. Oakley y W. Le Gros Clark, publicaron un estudio denominado "The solution of the Piltdown Problem" (34), en el que aplicando los rayos X y los procedimientos de fluorina, descubrieron que la mandíbula era la de un chimpancé muerto recientemente; que el cráneo era el de un hombre actual; que los dientes habían sitio desgastados con una lima de hierro, y que a todo el conjunto se le había dado un teñido para aparentar la pátina de los fósiles. Por otra parte, los mamíferos que se habían presentado como coetáneos del antropoide, habían sido introducidos fraudulentamente: los dientes de un elefante primitivo habían sido traídos del Norte de Túnez y los dé hipopótamo de las islas mediterráneas. "Por lo tanto —concluye Piveteau (discípulo dé Teilhard)— todo es falso en Piltdown" (35).

Teilhard anoticiado del descubrimiento del fraude, el 8 de diciembre de 1953 escribía: "Esto me estropea algunos hermosos recuerdos de juventud... no puedo creer que el pobre Dawson haya sido capaz de semejante superchería. Y por fantástica que parezca prefiero la hipótesis de unos restos de colecciones tirados, como sobrantes, en el agujero abierto para la extracción de la grava. .. Nada "pegaba" en todo ello. Más vale haber pasado una esponja por encima y borrarlo" (36).

En los trabajos sucesivos de J. S. Weiner, 'The Piltdown Forgery" (London, 1955) y de Francis Veré, "Lesson of Piltdown", se pusieron al descubierto no sólo a los pseudo-fósiles sino a los falsarios. En tal sentido Weiner reproduce la carta de Dawson a Smith Woodward en la que le presenta al ayudante y le previene: "Teilhard es perfectamente seguro" (37).

Así, afortunadamente para la ciencia, se comprobó uno de los mayores fraudes de este siglo, "la mistificación más sorprendente que se pudo imaginar" (38), "uno de los engaños más resonantes que haya conocido de la paleontología humana" (39), "superchería grosera" (40), "el fraude de Piltdown (uno de los que más resonancia han tenido en los anales de la antropología). .. desastroso para la investigación científica, pero de todos modos muy frecuente" (41). Pero, desgraciadamente para la misma ciencia, sus consecuencias prácticas fueron mínimas, desde que se siguió prestando crédito indefinido a los nuevos "descubrimientos" hechos por los mismos sujetos, sus amigos o seguidores, sin que se acordaran más del precedente de Piltdown, aunque más no fuera por los cuarenta años de discusiones estériles que les hizo perder.

A todo esto la teoría evolucionista aparecía a fines de la década del treinta "en vísperas de ser abandonada", según lo manifestaba Paul Lemoine, por ser de demostración ''imposible" (42). Grandes científicos franceses como Guyenot, M. J. Lefevre, Rabaud, Vialleton, L. Cuénot, etc., publicaban sus trabajos donde el creacionismo o el finalismo resultaban triunfantes. Es que a más de los datos ofrecidos por la anatomía comparada, la embriología experimental, la genética, etc., se sumaban los venidos del campo paleontológico. En efecto: las investigaciones de yacimientos europeos y del cercano oriente, alteraban el orden del registro fósil transformista. Como es sabido, éstos habían hecho un gran alboroto con los "hombres de Neanderthal", supuestos intermediarios del "homo sapiens". Pero los restos de "Swanscombe" (Inglaterra, 1935) y de "Steinheim" (Alemania, 1933), del período acheulense, los hacían anteceder a los "neandertalensis". "El hombre de Asselar" (África, 1927), "el único fósil encontrado hasta ahora en el desierto del Sahara... hombre "moderno", aunque no del tipo mediterráneo" (43), junto a los "hombres de Palestina" (1925), del Monte Carmelo y de las grutas de Skhull y Et Tabum, como de Nazaret (1935), demostraban la existencia de "sapiens" anteriores o contemporáneos de los neandertal. Esta línea de investigación —que por las diversas pruebas de fluorina, sondajes geológicos con radio-carbón, espectografía, y análisis cristalográficos, resulta ser la más seria— se corroboró totalmente el 16 de agosto de 1947, cuando en Charente (Francia) se encontró el cráneo del llamado "hombre de Fóntéchevade". Ubicado éste, como los antes citados, en el período interglaciar de Riss-Würn, en los albores de la era cuaternaria, y siendo formas "sapiens.", es decir, de hombres "modernos", el transformismo caía aún en su terreno favorito.

Entonces los evolucionistas —que nunca se rinden— tomaron una decisión: se fueron a investigar a lejanos lugares del globo, donde las correlaciones glaciares con Europa son prácticamente imposibles y donde el control científico fuera menos estricto.

De esta manera aparecieron en China el "Sinanthropus Pekinensis" y en Sudáfrica los "Australopitécidos".

Veamos cómo se estableció el primero, que es sobre el que existen más datos.
Parece ser que en base a los trabajos de Zdansky y Andersen, de 1922, el grupo paleontológico dirigido por el Dr. Davidson Black, e integrado en distintos períodos por Teilhard de Chardín, el abate Breuil, C. C. Young, W. C. Pei, B. Bolhin y Franz Weidenreich,
luego de 1927 practicó excavaciones en Choukoutien, a unos 59 kilómetros de Pekín.

El Dr. Black había ido a China con el deliberado propósito de "emprender la busca del celebrado eslabón perdido" y, en consecuencia, al encontrar un diente fósil "creó un género nuevo, Sinan-thropus Pekinensis (Hombre Chino Pekinés), y la especie se conoció después más comúnmente con el nombre de Hombre de Pekín. Llevando el diente en una caja especial de latón sujeta a la cadena del reloj, Davidson Black viajó por Europa y América durante las vacaciones de aquel año, con la intención de buscar apoyo para su nuevo género. Los especialistas en evolución fueron impresionados, pero se mostraron cautelosos. Era sólo un pequeño diente sobre el que había que basar una clasificación tan impresionante" (44).

En verdad que el asunto era impresionante, porque lo que pretendían los equipos de la Fundación Rockefeller y de la Misión Geológica de China era nada menos que haber dado con el primate más antiguo, mezcla de hombre y de piteco. Al tiempo que las revistas de "ciencia - ficción" se llenaban con ilustraciones del nuevo "missing - link", los equipos de Pekín anunciaban a partir de 1933 el hallazgo de más de 20 sinántropos. Era tanto el material descubierto en la gruta de Choukoutien que hubo de ser embalado en 575 cajas de huesos fósiles. ¡"El mayor depósito arqueológico que haya manipulado la Prehistoria"!, según la alborozada expresión de P. Teilhard. De todo ello, lo único que se conoció en Occidente fue el molde ejecutado por una tal Mlle. Lucille Swan, por encargo de Weindenreich, que es el que se reprodujo a su vez en libros, revistas y periódicos. Pero pronto los analistas comprobaron, con gran sorpresa, que dicho molde no se ajustaba para nada a las descripciones proporcionadas por Teilhard, Pei, Boule y Breuil. Por otra parte, no se podía determinar la edad geológica a la que había pertenecido.
Durante dos décadas no se hizo sino hablar, comentar y clasificar el sinántropo, tal cual había sucedido con el pitecántropo de Dubois. Y luego, de a poco se fue dejando de mencionar en los artículos evolucionistas, que enfocaron los reflectores de la publicidad sobre los "australopitecos" del Transvaal. ¿Qué había pasado?

Hoy, gracias al excelente trabajo del P. Patrick O' Connell (45), estamos en condiciones de responder a ese interrogante: no se siguió hablando porque los huesos no existen más o no han existido nunca.

La verdad que corre sobre ellos es la siguiente: 'Todos los restos de sinanthropus desaparecieron durante la guerra de 1939-1945. El material fue empacado y mandado desde Pekín a Tientsín para embarcarlo hacia un lugar seguro; pero jamas se ha vuelto a tener noticia de dicho envío, hecho el 5 de diciembre de 1941" (46). Marcellin Boule y Henri V. Vallois en su conocida obra "Les Hommes Fossiles"(47) sostuvieron que los japoneses se habían apoderado de las cajas y las habían destruido. Dart, en cambio, indica que "hoy no sabemos si los huesos fueron molidos por los chinos para hacer medicamentos o si se perdieron en el mar. Durante la ocupación japonesa investigadores norteamericanos hicieron laboriosas búsquedas sin encontrar rastros de los restos de unos cuarenta ejemplares de Sinanthropus" (48). Weindenreich, dio conferencias en U.S.A., en 1945, sin indicar para nada que los huesos hubieran desaparecido (49). Lo mismo que el Dr. Pei quien, en 1954, escribe sobre el sinántropo- sin mencionar su pérdida (50). Teilhard, que permaneció en Pekín hasta marzo de 1946, donde "liquida y sintetiza la documentación acumulada" (51), escribe su artículo sobre "el Hombre Fósil", publicado en "Psyché" en 1948 (S2>, sin aludir a ningún extravío; pero, eso sí, sugestivamente, no vuelve a escribir sobre el sinántropo.

Sobre la base de tales contradicciones el P. O' Connell (y Atanasio Aubertin, "A Revoluçao, A Filogenese humana e o Padre Teilhard de Chardin"), no vacila en calificar al "descubrimiento" pekinés como una simple patraña. "Los cráneos fueron destruidos (por el Dr. Pei), antes de la vuelta de los chinos a Pekín, a fin de suprimir la prueba de una superchería tan importante. Hay que advertir que el Dr. Pei retornó al trabajo de las excavaciones.. . bajo el gobierno comunista. .. pero no encontró ningún otro de los pretendidos cráneos de Sinántropos". Por tanto el molde no era un vaciado de cráneo original sino una representación artificial de un ser imaginario;'"el documento de 110 páginas que era la descripción de este modelo es igualmente fantasiosa. . . el Sinántropo es pura invención" (53).

¿Cómo pudieron llegar a esto? Por puro fanatismo evolucionista.

Y dada la reiteración de circunstancias con Piltdown, tenemos derecho a pensar que a Teilhard le ha cabido un gran papel en estos fraudes. Recuérdese que él andaba en busca de "pruebas" para su cosmovisión "biosférica, noosférica, socializante y cristológica"; que él era el autor de la expresión "Je crois en l'Evolution", quien ha escrito que en la escala de lo cósmico "sólo lo fantástico tiene posibilidades de ser verdadero" (54); quien "tuvo además un papel formador de algunos anglosajones y sobre todo de algunos asiáticos: si el chino Pei Wen Chung es actualmente un excelente especialista en excavaciones, se lo debe a Teilhard y al abate Breuil. ¡Cuántas memorias de Pei, de Young y de muchos otros fueron corregidas o totalmente refundidas por Teilhard sin que pusiera su firma, por no citar las que escribió completamente y no firmó" (55). ¿Quién, por último, sino él, con su "materialismo delirante", presentaba el caso "sintomático" de las "ideas fijas" (56) de la obsesión evolucionista?

Finalmente es también sugestivo el rol cumplido por Teilhard y su "socio", el abate Henry Breuil, en el asunto de los"australopithecus", tan llevado y traído en nuestros días.

Como se sabe, en esa nomenclatura se engloban les fósiles encontrados en África del Sud, en las localidades de Sterkfontein y Makapansgat, por Dart (1925) y R. Bron (1936). Ellos también se emparentan con las descripciones de los esposos Leakey (1959-64), sobre el "homo habilis", de Oldoway (Kenia), las de Heberer ("homo erectus"), de Hurzeler ("oreopiteco") y Arambourg ("atlantropo"), que han renovado el repertorio del registro fósil de tipo evolucionista.
En efecto: dice el amigo y discípulo de Teilhard, Claude Cuénot, que aquél "pronto descubrió los puntos sensibles del África Austral" y "a partir de 1946 y sobre todo en 1951, intentó organizar en el África, al sur del Sahara, otra red similar", Breuil, por su lado, "pasa seis años (tres estancias) en África del Sur y promueve la clasificación de los yacimientos de Australopitecos" (57). Y aunque, con criterio científico, no pretendamos abrir ningún juicio apresurado sobre tales fósiles, no podemos dejar de puntualizar la extraña coincidencia anotada. Asimismo debemos señalar que el terna está en plena discusión (58). Y que no sería extraordinario que todas "las extravagantes pretensiones. . . de una copiosa literatura" (59) sobre los "australopitécidos" se evaporaran el día menos pensado, si es que toda ella reviste la misma seriedad que el libro del "descubridor" del tema, Raymond A. Dart (60), o si se ampara en la misma tradición fraudulenta del evolucionismo moderno.

3.EL EVOLUCIONISMO: ¿HIPÓTESIS O FE CIENTÍFICA?

No podemos concluir sin agregar dos palabras de consideración general sobre el tema evolucionista. Esto es, que contrariamente a lo que repiten sus defensores, su teoría no está "archidemostrada", sin que sea ya lícito siquiera emplear el sufijo, ya que "no es una teoría, ni una hipótesis, ni tan siquiera una doctrina. . . es una propiedad de la materia" (61). Sin ir más lejos, en ese mismo trabajo se señala que: "la existencia de los pretendidos eslabones intermedios entre los animales unicelulares y los pluricelulares se desconoce: el salto entre protozoos y metazoos aparece como uno de los hiatos más patentes en el curso de la evolución animal"; que de los cnidarios "con seguridad no se conoce nada de la evolución filética y la Paleontología no puede dilucidar este problema. .. En cuanto al origen y evolución ctenóforos, la cuestión es más ardua, por la falta de fósiles. . . del celomado, todo lo que se sabe y supone es por deducción a partir de los datos ontogenéticos ... La evolución interna dentro del tronco de los próstomos está llena de problemas. . . de los cordados se desconocen los verdaderos puntos, momentos y procesos primordiales de su diferenciación y diversificación"". Que, en definitiva, en materia de invertebrados "todo el conocimiento material que se posee sobre el aspecto histórico del mundo animal descansa exclusivamente en los datos que, como únicos testigos del pasado, han llegado desde el Cámbrico. . . sobre el curso de los linajes recientes, ya muy evolucionados y diversificados. Todo cuanto aconteció con anterioridad al Cámbrico es completamente desconocido, y las hipótesis juegan y seguirán jugando su papel imprescindible". Que, por otro lado, "hasta el momento, y, además, en lo que hace referencia al origen del phylum de los vertebrados, poco es el recurso que nos habrá dado la Paleontología"; que, en particular, con el caso de los deuterostomios epinurios, "tendremos que mantenernos fluctuando en las especulaciones, más o menos bien cimentadas. . . Por lo que se refiere a los documentos paleontológicos que puedan ser esgrimidos en favor de una visión referible al origen de los vertebrados, debemos decir que hasta el presente poco pueden demostrarnos y escasa luz habrán de aportar, por el momento, a esta apasionante cuestión". Y que, finalmente, con respecto a la relación entre el Hombre y los Póngidos, los datos "no hacen más que subrayar más y más los caracteres de absoluta singularidad de este ser (el Hombre), que se halla así desgajado perfectamente y de manera sui generis del tronco general de los Mamíferos y del de los Primates" (62). Por el contrario, tenemos el más perfecto derecho a seguir pensando que se trata simplemente "de una hipótesis científicamente probable pero no demostrada" (63). De una bien elaborada teoría conjetural, fundada en indicios de semejanza morfológica, pero no en pruebas de descendencia, y muy controvertida por la genética, la biología y físico-química. Que —fuera de las aberrantes experiencias de laboratorio — no se ha podido hasta hoy, comprobar en la naturaleza una sola trans formación de especies vivas.
Por esto es que el tema sigue siendo objeto de investigación e interpretación. Y en este último sentido tres son las grandes líneas de pensamiento científico: una primera dada por la prolongación de las tesis creacionistas o finalistas, la segunda por el neodarwinismo inmanentista y la tercera por el evolucionismo integral o ascendente.

La posición clásica, ya defendida por los inventores de la taxonomía Linneo y Cuvier, por los más grandes científicos del pasado como Pasteur y Claude Bernard, se prolonga egregiamente hasta nuestros días. Ya el célebre paleontólogo Agassiz había juzgado al darwinisrno como "un error científico, falso en su hecho, no científico en su método y nocivo en sus tendencias" (64). Si bien a esa línea se la denominó "fijismo", en verdad, más que una hipótesis completa opuesta al evolucionismo, lo que le opuso fue una metodología crítica basada más que en las teorías en las experiencias. En nuestro siglo esa corriente se engrosó con los notables estudios de L. Vialleton, llamado el "martillo del evolucionismo" (65), quien con su concepto básico de que "el hombre es un animal vertical", sigue poniendo en apuros a los antropomorfistas. Lucien Cuénot (66), marcó un criterio eclético, pero en definitiva finalista, del que, en alguna manera, es continuador el evolucionista moderado Jean Piveteau. M. H. Rouviére, profesor de anatomía de París, quien anunciaba que "luego de un largo período de triunfo, el transformismo se ha fundido y el mutacionismo, en el que se han agrupado los antiguos sostenedores del transformismo, sufre también una grave crisis" (67). Et. Rabaud (68). Maurice Vernet (69), claramente antievolucionista. Lo mismo, Remy Collin (70), R. Bertrand - Serret (71). Mayor repercusión internacional han tenido las obras del premio Nobel, Jean Rostand (72) quien, no obstante declararse evolucionista, insiste en el carácter conjetural de esa posición. Y, por cierto, el maestro del antievolucionismo actual, el profesor de Biología de Strasbourg, Louis Bounoure, con su notable libro "Determinisme et Fínalité" (73). Allí ha escrito que la paleontología constituye ahora la única fuerza del evolucionismo, pero también su debilidad: "la fuerza como dogma, la debilidad como verdad científica, en el sentido de Claude Bernard". Para él, el evolucionismo presenta "le plus bel exemple de systéme a priori pseudo-scienfique" (74). También en Alemania el transformismo ha encontrado grandes contradictores. El célebre von Uexküll ha dicho que, dado "que ni una sola (de las tesis darwinistas) se mantenía en pie ante una exacta investigación", "la biología actual se ve colocada ante la ingrata tarea de derribar todo el edificio deil darwinismo y erigir en su lugar otro complemento nuevo, muy de otra manera" (75). Y el zoólogo y paleontólogo Oscar Kühn, aplicado a la demostración de la no-evolución de los invertebrados y de los vegetales, afirma que las reconstrucciones a partir de órganos rudimentarios constituyen "una ilustración del evolucionismo aceptado de antemano y no prueba de éste" (76).

Como se advierte, no es escasa la lista de los autores que no comparten el evolucionismo al uso en nuestro ambiente, y, quizás por eso mismo dicha obra está cuidadosamente ignorada y no traducida al castellano. En cambio, circulan con abundancia los trabajos de repetidores de repetidores del evolucionismo darwinista. Las revistas norteamericanas de gran público nos tienen acostumbrados a la ilustración de completísimos cuadros genealógicos de filiación simiesca, cuya demostración se da por conocida. Es que el behaviorismo ha consolidado entre los anglosajones esa estólida ingenuidad, carente de todo sentido crítico y de un mínimo de sensibilidad para el ridículo. Así ha podido prosperar el "neodarwinismo", cuyo jefe de escuela es el Dr. George Gaylord Simpson ("Ritmo y modalidad de la evolución"). Un buen ejempío de la mentalidad que los anima nos lo proporciona el destacado paleontólogo Wilfrid Le Gros Clark, quien en su estudio sobre el origen del hombre, admite que "sigue existiendo una laguna manifiesta entre los homínidos y los póngidos conocidos", y se lamenta de la falta de depósitos fósiles que la llenen; pero luego sostiene: "Parece probable que cuando se descubran tales depósitos se demostrarán las fases primitivas del desarrollo evolutivo" (77). Es que en estos positivistas subyace el fideísmo. Ellos tendrían que repasar la conocida obra del evolucionista M. Guyenot, "L' Origine des espèces" (78), donde con honestidad se reconoce que: "las reconstituciones filéticas son puramente imaginarias; ellas son legítimas, en cierta medida, solamente si uno cree (subrayado por el autor) en un origen común de los seres vivientes" (79).

Pero al hablar de fe en esta materia, uno está mentando en primer término al evolucionismo integral, que va del "monismo" de Haeckel, a la "convergencia" de Teilhard.

Resulta curioso el emparentamiento entre las escuelas que por las primeras apariencias se mostrarían muy distantes. Pero cuando uno observa más detenidamente la cuestión, enseguida advierte que el materialismo a ultranza haeckeliano y el cristianismo evolucionista teilhardiano participan de más de un carácter común. Por lo pronto, ambos hacen de la evolución un credo. Haeckel, en su "sincera profesión de fe monista", reclamaba "la fusión de la religión y de la ciencia en el monismo" (80). Su método, en, verdad, era el de la confusión, de planos y de disciplinas. Su resultado: el caos. Por eso, "las palabras de Chamberlain sobre el haeckelianismo: "No es poesía, ni ciencia, ni filosofía, sino un bastardo de las tres, nacido muerto", están grabadas en el alma de todo hombre ilustrado" (81). Teilhard de Chardin, por su parte, preocupado por los avances del evolucionismo materialista, se dio a la tarea de "cristianizarlo", para lo cual empezó por no admitir a Dios como Causa eficiente del Universo creado, y discutir la creación inmediata y exclusiva del alma espiritual del hombre, para insertarla en el curso de un devenir cósmico evolutivo. Su punto de partida se tornó en una fe, no ya de carácter religioso, sino aplicada a algo que de por sí no es materia de creencia. Por eso insistió en que la solución del problema de las especies no estaba en "la exploración de la tierra" "sino en una fe, más allá de toda experiencia. Es necesario forzar y superar las apariencias" (82). Por eso, también, sostiene Bounoure que toda la gloria de Teilhard consiste en ser "le théoricien mystique d'une Cosmogonie purement imaginaire et le prophète inspiré d' une Religión nouvelle" (83). Y, por eso, además, los evolucionistas materialistas lo juzgan con una cierta condescendencia, que no oculta el desdén; G. G. Simpson afirma que su obra "no es obra de ciencia, es obra de piedad" (84, y Olivier anota que "hay que confesar que tiene más de místico y de inspirado que de hombr¡e de ciencia corriente. Yo, particularmente, le agradezco que haya presentado al público en general la evolución bajo una luz tan dinámica y hasta profética" (85).

Por ese carácter de "visionarios", ambos maestros y sus respectivas escuelas han compartido asimismo el favor del público semiculto en su oportunidad. Los teilhardianos han conseguido desbordar ampliamente los márgenes dé "gran moderación y cautela" que indicara S. S. Pío XII en su encíclica' ""Humani generis" y, pasando por encima del "Monitum" romano del 30 de junio de 1962, han invadido, con su literatura, las bibliotecas y librerías católicas.

Por último, ambos sectores se han caracterizado por un gran desprecio por las pruebas veraces de la experimentación. Por eso han incurrido en los fraudes que antes hemos apuntado. Porque, como el biólogo marxista M. Prenant, andan en busca de "un milagro laico". Pero, como bien dice Jules Carles, ya "nadie cree en tales milagros" (86).


Post-Scriptum
Este artículo, inédito hasta ahora, lo habíamos escrito en 1972. Cuando en aquel entonces suspendíamos nuestro juicio sobre el resultado de las investigaciones paleontológicas en el África del Sur estábamos acertados. Pues precisamente en ese lapso se han conocido las conclusiones de dos exploraciones de yacimientos fósiles de notables consecuencias sobre el registro evolucionista. Nos referimos a los descubrimientos de Adrián Boshier, de los Museos del Hombre y la Ciencia, y Peter Beaumont, en diciembre de 1970, en la llamada "Cueva de la Frontera", del África meridional entre Suazilandia y Natal, y el hallazgo en la Cuenca Oriental de Rudolph, en Kenia, por Richard Leakey.
En la "Cueva de la Frontera" se ha desenterrado una gran cantidad de fósiles, incluido el esqueleto completo de un niño, cuya edad excedía los límites que se alcanzan a detectar con el método del carbono radioactivo (50.000 años), y que pertenecen, sin la menor duda, a nuestra especie, es decir, que son "homo sapiens sapiens", además de unos 300.000 utensilios, tales como flechas de piedra, hachas, picos, cuñas, martillos y cinceles, y sepulturas que revelan entierros en forma ceremonial. En su comunicado Boshier y Beaumont manifiestan: 'Casi todo lo que encontramos era tres veces más antiguo de lo que dicen los libros que debía ser... ya desde hace 100.000 años (edad estimada de los fósiles) el hombre había llegado a interesarse por sucesos ajenos a las necesidades de subsistencia. Había empezado a interrogarse sobre la finalidad de la vida y la naturaleza del destino humano, a buscar causas e idear explicaciones" (87). Porque evidentemente esos restos revelan la presencia de una lengua bien desarrollada como para expresar ideas abstractas, como la de la inmortalidad, que no se pueden comunicar por medio de gestos o gruñidos.
Pero el descubrimiento del hijo del matrimonio Leakey, que había trabajado con sus padres en los yacimientos de Olduvai, Tanzania, donde se habían registrado los fósiles llamados "homo habilis" y "homo erectus", es, con mucho, lo más sensacional de las últimas décadas. Richard Leakey ha encontrado en Kenia una bóveda craneal y otros huesos de un sujeto cuya antigüedad ha sido estimada en 2.800.000 años (la del "homo erectus", estaba calculada en 1 millón de años); "su forma toda (la de la bóveda craneal) es notablemente parecida a la del hombre moderno —afirma Leakey—, los huesos de la pierna casi no se pueden distinguir del hombre moderno". Con ese hallazgo arruina las teorías transformistas de todos sus predecesores en la zona, incluidos sus propios padres, puesto que ya no se puede hablar de precedencia no-sapiens; a lo más de coexistencia entre especies humanas y subhumanas. Es posible, concluye Schiller, "que no procedamos de ninguno de los tipos humanos previamente conocidos, sino que descendemos, en línea directa, de nuestro propio tipo actual" (88).

El lector juzgará ahora si valía o no la pena esperar un poco para expedirse sobre el término o estado actual de la cuestión paleontológica. Acerca de las conclusiones a las que, también recientemente, en el curso de este año, se han arribado en el campo genético con los ácidos nucleicos que acaban por destruir toda perspectiva evolucionista, por su gran trascendencia nos ocuparemos en una próxima oportunidad.

Diciembre de 1974 — E. D. A.


Notas bibliográficas

(1) La aparición del hombre, Taurus, Madrid, 1967, p. 21.
(2) Lonardi, Piero, La genealogía de los vivientes, en: Rossi, Giovanni, "Herejías de nuestro tiempo", Studium, Madrid, 1956, p. 109.
(3) Carles, Jules, Los orígenes de la vida, Eudeba, Bs. As., 1963, |>p. 42-3.
(4) Carles, Jules, op. cit., p. 76.
(5) Carles, Jules, op. cit., pp. 124, 77 nota 3.
(6) Cit. por Boule, Louis, El transformismo ante la ciencia y la fe, en: "Ensayo de una suma católica contra los sindiós", Excelsa, Bs. As., 1945,
(7) Barnett, S. A. y otros, Un siglo después de Darwin, tº 1, La evolución, Alianza Editorial, Madrid, 1966, pp. 126, 127, 128, 130, 131, 140.
(8) El hombre y la evolución, Labor, Barcelona, 1968, p. 34.
(9) Marcozzi, Víctor P., Los orígenes del hombre, Studium, Madrid, 1958, p. 18.
(10) Cf. Asimov, Isaac, Breve Historia de la Biología, Eudeba, Bs. As., 1966, p. 85.
(11) Cf. Gadea, E., "Evolución del mundo invertebrado", y Meléndez B., "Evolución y Paleontología", en: Crusafont M., Meléndez B. y Aguirre E., La Evolución (así será citado en adelante), B. A. C., Madrid, 1966, pp. 256, 226.
(12) El hombre eterno, Chile, San Francisco, s. f., p. 36.
(13) Piveteau, Jean, El origen del hombre, Hachette, Bs. As., 1962, p. 106.
(14) Cit. por Boule, Louis, op. cit., p. 105.
(15) Cit. por Messer Augusto, La filosofía del siglo XIX, 2* ed., Espasa-Calpe, Bs. As., 1942, p. 165.
(16) Op. cit., p. 41.
(17) Cit. por Messer A., op. cit., p. 165.
(18) Templado J., Desarrollo de las ideas evolucionistas, en "La Evolución", cit., p. 89.
(19) Op. cit., p. 92.
(20) Introducción a la genética humana, Eudeba, Bs. As., 1964, pp. 21, 22.
(21) Teorías de la evolución, en: Barnett, S. A. y otros, op. cit, t9 1, pp. 30, 31, 35.
(22) Cit. por Boule, Louis, op. cit., p. 103.
(23) L' homme devant la science, Flammarion, París, 1939, p. 153.
(24) Crusafont, M, La Evolución, cit. p. 30.
(25) Templado J., op. cit. p. 99.
(26) Cf. C. H. Waddington, op. cit., p. 22.
(27) El licenciado, el seminarista y el plomero, Glosario del comunismo en acción, La Mandragora, Bs. As., 1961, p. 220.
(28) Cit. por Olivier G., op. cit., p. 48.
(29) Cf. al respecto: Gamow, George, Treinta años que conmovieron la Física. La historia de la teoría cuántica. Eudeba, Bs. As., 1971.
(30) De la angustia a la libertad, Hermes, Bs. As., 1955, p. 68.
(31) Ullmo, Jean, El pensamiento científico moderno, Taurus, Madrid, pp. 62, 101.
(32) El Porvenir de la Ciencia, Hachette, Bs. As., 1950, p. 33.
(33) Se reeditó en 1948 y se incluyó en la primera edición de las Obras de Teilhard, en el tomo "L' Apparition de 1' homme", ed. Seuil, París, de la que luego fue eliminado, por lo que citaremos la transcripción que hace el P. Julio Meinvielle, Teilhard de Chardin o la Religión de la Evolución, Theoría, Bs. As., 1965, p. 248.
(34) Bulletin of the British Museum, Natural History Geology, vol. II, n9 3, Londres, 1953.
(35) op. cit., p. 123.
(36) La Aparición del Hombre, cit., p. 18. Motivo por el cual su prologuista y traductores, Sres. Wildiers, Crusafont y Aguirre, deciden "suprimir las alusiones al Eoanthropus Dawsoni". Claro que quien "descubrió" los dientes (limados y patinados) fue Teilhard y no Dawson —que ya estaba muerto—, y que a un delito intelectual no se lo borra pasándole "la esponja".
(37) Cit. por Meinvielle J., op. cit., p. 109.
(38) Meléndez B., op. cit., p, 205.
(39) Piveteau J., op. cit., p. 81.
(40) Bounoure Louis, Recherche d' une doctrine de la vie. Vrais savants ct faux prophètes, Robert Laffont, París, 1964, p. 139.
(41) Houghton Brodrick, A., El hombre prehistórico, 2' ed., Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1964, p. 317.
(42) Cit. por Meinvielle J., op. cit., p. 64.
(43) Houghtun Brodrick, A., op. cit., p. 263.
(44) Dart, Raymond A. y Craig, Danis, Aventuras con el eslabón perdido, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1962, pp. 93-4.
(45) Science of today and the problems of Génesis, Minnesota, U. S. A., divulgado entre nosotros por la gran síntesis del P. J. Meinvielle.
(46) Houghton Brodrick A., op. cit., p. 165 nota 40.
(47) Masson et Cie, París, 1952, p. 136.
(48) op. cit., p. 95.
(49) Meinvielle J., op. cit., p. 94.
(50) Ibídem.
(51) Cuénot, Claude, Teilhard de Chardin, Labor, Barcelona, 1970, p. 49.
(52) Se reproduce en las pp. 117-158 de sus Obras, tomo "La Aparición del Hombre", en castellano.
(53) O'Connell, cit. por Meinvielle J., op. cit., pp. 95, 97, 105.
(54) La Aparición del Hombre, cit., p. 216.
(55) Cuénot, Claude, op. cit., p. 52.
(56) Bounoure, L., op. cit., p. 140.
(57) op. cit., pp. 52 y 189.
(58) Ver la opinión acerca de que se trata de simios de un género afín con los chimpancés y gorilas, de Boule M. y Vallois H. V., op. cit., pp. 86-91, de Zuckerman S., en Evolution as a Process, p. 346 y de Arthur Robinson y Smith Woodward, en Dart, op. cit., pp. 77 y 75.
(59) Houghton Brodrick, A., op. cit., p. 281.
(60) Empezado por "Roben Ardrey, guionista de Hollywood... y no se cuántas novelas cinematográficas", op. cit., p. 13. Este subrayado, como todos los del presente trabajo, son nuestros.
(61) Crusafont y otros, La Evolución, cit., p. 17.
(62) Ibídem, pp. 12, 30, 205, 256, 259, 262, 264, 268, 275, 274, 285, 505, 553.
(63) Marcozzi, V., op. cit., p. 68.
(64) Cit. por Leonardi, P., op. cit., p. 109.
(65) Cf. L´origine des êtres vivants. (L' illusion transformiste), Morphologie et Transjormisme y Memores et ceintures des Vertebres Tetrapodes'. Critique morphologique du fransformisme.
(66) L' Évolution biologique, "Invention et Finalité en biologie", 1941, Genèse des espèces animales", "L" espèce" y la obra general realizada con R. Dalbiez, Le fransformisme, Vrin, París, 1927.
(67) Anatomie philosophique, la finalité dans l'évolution, avant propos; ver también "Origine de la matière et de la vie", en "La Pensée catholiquc", nº 14, año 1950.
(68) Transformisme et Adaptation, Flammarion, París, 1942.
(69) "Le problème de la Vie", "La sensibilité organique", "L´Hérédité et l' Évolution du monde vivant" y L` Évolution du monde vivant.
(70) "La finalité biologique", en: "La Pensée Catholique" nº 15, año 1950 y L' Évolution, A. Fayard, París, 1958.
(71) La superstitíon iransformiste, París, 1952.
(72) "La genèse de la vie", "Le passé du transformisme", "L' avenir de la biologie" y "L' Homme", Gallimard, París, 1962.
(73) Flammarion, París, 1957.
(74) "Recherche d'une doctrine de la vie", cit. p. 8.
(75) Barón Jakob von Uexküll, Ideas para una concepción biológica del mundo, 2ª ed., Espasa - Calpe, Bs. As., 1951, p. 127.
(76) Die Deszendenztheorie, traducido por Louis Jugnet en: "La Pensée Catholique", nº 11, 1949.
(77) En Barnett, S. A. y otros, op. cit., nº 2, pp. 115, 118,
(78) París, 1944.
(79) p. 123.
(80) El Monismo, lazo entre la Religión y la ciencia; profesión de fe de un naturalista, trad. de E. Díaz-Retg. 8ª ed., F. Granada y Cía. Barcelona, sf. p. 123.
(81) von Uexküll, J., op. cit., p. 123.
(82) Carta cit. por Vernet, Maurice, La grande Ülusion de Teilhard de Char-din, Gedalge, París, 1964, p. 43.
(83) "Recherche", etc., cit., p. 148.
(84) Cit. por Bounoure, L., "Recherche" etc., cit., p. 149.
(85) op. cit., p. 80.
(86) op. cit., p. 108.
(87) Cit. por: Schiller, Ronald, Últimos hallazgos sobre el origen del hombre, en: Selecciones del Reader's Digest, t9 VI, N* 34, noviembre di: 1973., p. 106.
(88) op. cit., p. 108.

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