por Viviana Endelman Zapata
Paraná, Entre Ríos, Argentina
Me encanta ser diferente al hombre. Y esto para nada incluye una aprobación de que la mujer sea infravalorada. Realmente me parece bueno oponerse a esa mentira. Pero no creo que sea necesario llegar a la destrucción y a la rebeldía total, como si nada se pudiera rescatar, como si nada sirviera de cómo veníamos viviendo, como si hasta ahora todo hubiera sido una “farsa”, una imposición o una equivocación.
Claro que defiendo la igualdad. Pero la defiendo como posibilidad para una interacción gozosa de las diferencias.
No me interesa negar ni rebelarme ante las diferencias. Pues he hallado la hermosura de la vida así como soy y así como es el hombre. Pero, además, ¿cómo negar lo evidente?
Tengo claro que, como mujer, necesito al hombre. También tengo claro que el hombre necesita de la mujer.
No me incluyo dentro de una búsqueda de desterrar una “supuesta superioridad del hombre” a costa de que se niegue mi esencia femenina. No estoy interesada en diluir las diferencias.
Creo que justamente el reconocimiento de la diferencia permite no hablar de desigualdad. En cambio, cuando no se reconoce la diferencia y se intenta poner todo en un mismo plano, se le abre la puerta al imperio de la dominación, del combate, de la destrucción de lo más frágil. No me interesa ni dominar ni ser dominada, ni combatir ni ser combatida, ni destruir ni ser destruida. Creo que reconocer y vivir desde la diferencia es un camino para la paz y la unidad.
Me gustaría ser defendida de las verdaderas opresiones, incluyendo toda perspectiva que buscara negar la verdad sobre mí misma.
Además, hay una respuesta que encuentro en la experiencia que también me gustaría que fuera considerada si alguien hubiera de representar mis aspiraciones: Me pregunto ¿me ha oprimido la fe, la religión? No, todo lo contrario. Solo de frutos de libertad puedo hablar. Vivir como hija de Dios no ha “constreñido” mi vida, la ha elevado siempre. Nunca vivir desde, con y para Dios ha sido opuesto a mi grandeza humana y femenina.
Desde este lugar de gozo de una vocación encontrada, me duelen profundamente las proposiciones que ustedes hacen. Ayer hasta he llorado. Mucha oscuridad, y nada de luz.
Aunque sí, hay algo en lo que coincido: la necesidad de no hablar de roles. A mí también ya me venía pareciendo hace un tiempo que era una denominación inapropiada. Pienso que hay que hablar de dones más que de roles, sobre todo si “roles” está insinuando una “imposición” de tareas, un "a cada uno le toca...”. Mejor hablar de dones, de capacidades, de talentos, de vocación.
Les pido que no “luchen por mí” para ser “librada de algunas tareas”. Pues yo quiero vivir encarnando la maternidad, mi capacidad especial para administrar el hogar, mi genio femenino.
No quisiera estar distraída peleando por ganar una batalla que ya tengo ganada pues estoy a gusto con mi ser y hacer.
Confieso que ha sido difícil dirigirme a ustedes. He apelado a la experiencia sabiendo que la consideran socialmente construida. He hablado de mi vocación, de la tendencia natural, también sabiendo que ustedes desconfían de esto. He compartido mis deseos imaginándome que también éstos son vistos como “víctimas”.
Sé que ustedes están convencidas de que todo es parte de la conspiración patriarcal contra la mujer. Sé que yo les he parecido el “perfecto estereotipo contra el que están luchando”.
Pero les vuelvo a pedir y esto sí tendrán que aceptarlo: no me representen a mí pues no me representan. No estoy personificando ningún rol asignado. Elijo cada cosa que hago. Soy mujer y vivo a gusto.
No sé cuántas mujeres se sentirán representadas por esta perspectiva. En todo caso y lamentablemente, si esta perspectiva o parte de ella llegara a filtrarse en las mentes, en la educación, en la cultura, en los hábitos, la historia mostrará una cosecha desastrosa.
Tomado de Catholic.net
uisiera pedir a las mujeres que hacen tantos esfuerzos para propulsar la perspectiva de género que no me incluyan entre sus “representadas”, pues yo me siento muy a gusto con lo que soy y con la forma en que vivo. Sé que muchas no me creerán, o creerán que deberán seguir luchando también por mis “intereses reprimidos” o postergaciones. Pero, de veras, les pido que no me defiendan de nada.
Me encanta ser diferente al hombre. Y esto para nada incluye una aprobación de que la mujer sea infravalorada. Realmente me parece bueno oponerse a esa mentira. Pero no creo que sea necesario llegar a la destrucción y a la rebeldía total, como si nada se pudiera rescatar, como si nada sirviera de cómo veníamos viviendo, como si hasta ahora todo hubiera sido una “farsa”, una imposición o una equivocación.
Claro que defiendo la igualdad. Pero la defiendo como posibilidad para una interacción gozosa de las diferencias.
No me interesa negar ni rebelarme ante las diferencias. Pues he hallado la hermosura de la vida así como soy y así como es el hombre. Pero, además, ¿cómo negar lo evidente?
Tengo claro que, como mujer, necesito al hombre. También tengo claro que el hombre necesita de la mujer.
No me incluyo dentro de una búsqueda de desterrar una “supuesta superioridad del hombre” a costa de que se niegue mi esencia femenina. No estoy interesada en diluir las diferencias.
Creo que justamente el reconocimiento de la diferencia permite no hablar de desigualdad. En cambio, cuando no se reconoce la diferencia y se intenta poner todo en un mismo plano, se le abre la puerta al imperio de la dominación, del combate, de la destrucción de lo más frágil. No me interesa ni dominar ni ser dominada, ni combatir ni ser combatida, ni destruir ni ser destruida. Creo que reconocer y vivir desde la diferencia es un camino para la paz y la unidad.
Si alguien hubiera de representar mis aspiraciones, le pediría ser promovida en mi honda identidad de mujer, esposa, madre, hija, con determinados talentos y cierto genio peculiar.
Me gustaría ser defendida de las verdaderas opresiones, incluyendo toda perspectiva que buscara negar la verdad sobre mí misma.
Además, hay una respuesta que encuentro en la experiencia que también me gustaría que fuera considerada si alguien hubiera de representar mis aspiraciones: Me pregunto ¿me ha oprimido la fe, la religión? No, todo lo contrario. Solo de frutos de libertad puedo hablar. Vivir como hija de Dios no ha “constreñido” mi vida, la ha elevado siempre. Nunca vivir desde, con y para Dios ha sido opuesto a mi grandeza humana y femenina.
Desde este lugar de gozo de una vocación encontrada, me duelen profundamente las proposiciones que ustedes hacen. Ayer hasta he llorado. Mucha oscuridad, y nada de luz.
Aunque sí, hay algo en lo que coincido: la necesidad de no hablar de roles. A mí también ya me venía pareciendo hace un tiempo que era una denominación inapropiada. Pienso que hay que hablar de dones más que de roles, sobre todo si “roles” está insinuando una “imposición” de tareas, un "a cada uno le toca...”. Mejor hablar de dones, de capacidades, de talentos, de vocación.
Les pido que no “luchen por mí” para ser “librada de algunas tareas”. Pues yo quiero vivir encarnando la maternidad, mi capacidad especial para administrar el hogar, mi genio femenino.
Quiero hacer todo femeninamente. Quiero amar femeninamente. Quiero seguir distinguiéndome por esta modalidad que le da una belleza especial a mi ser. Nada de esto me humilla ni me hace sentir menos. Me encanta. No sé si alguien lo espera de mí; si la sociedad, la cultura, el pensamiento humano... esperan de mí que piense y actúe de esta forma y me han “asignado” roles definidos... Para mí estas formas son un privilegio, son mi ser mismo. No las cambio por nada. Yo no soy mujer ni vivo como mujer porque me asignaron ese rol. No me siento “atada” a ser mujer.
Rechazo firmemente toda “desconstrucción” de mi identidad sexual y de la familia. Especialmente me niego a que me digan que alguien me está obligando al lugar “esclavizante” de madre. Es una de las experiencias más hermosas de la vida, de las que más me han madurado y realizado. Y no creo que a mis hijas mujeres tenga que ayudarlas a “cambiar los prejuicios sobre los roles del hombre y la mujer en la sociedad”. A mis hijas mujeres las educaré sencillamente como mujeres. Y esto esperaré también de cualquier sistema educativo formal.
No tengo prejuicios ni me siento discriminada por ser mujer. Creo que cuando ha habido prejuicios o ha habido discriminación (hablo en particular y en general, por el presente y por la historia) ha sido justamente por malinterpretar el valor hermoso de la mujer. Creo que lo que hay que corregir es el prisma con el que se nos ha mirado pero no lo que se puede ver cuando se mira con los ojos limpios.
Creo que existe la mujer, que existen los rasgos de mujer, los dones de mujer, las particularidades de mujer, y que por eso ninguna que se experimente a sí misma con todo esto anhela otra experiencia.
No quisiera estar distraída peleando por ganar una batalla que ya tengo ganada pues estoy a gusto con mi ser y hacer.
Creo además que son otras las conquistas que muchas mujeres están buscando. Si se mira más sinceramente la realidad, ¿puede no verse la cantidad de mujeres que desean e intentan trabajar menos afuera de la casa, que anhelan compartir más experiencias con sus hijos, que buscan disfrutar con ellos el mayor tiempo que se pueda? Además, en el caso de los padres, ¿puede no escucharse la voz de quienes van descubriendo el peso de tantas horas de trabajo a la luz de la hermosura de un hogar familiar? ¿Qué podemos responder? ¿Todos estos anhelos están también “socialmente construidos”? ¿Es que la plenitud está afuera de la casa?
Confieso que ha sido difícil dirigirme a ustedes. He apelado a la experiencia sabiendo que la consideran socialmente construida. He hablado de mi vocación, de la tendencia natural, también sabiendo que ustedes desconfían de esto. He compartido mis deseos imaginándome que también éstos son vistos como “víctimas”.
Sé que ustedes están convencidas de que todo es parte de la conspiración patriarcal contra la mujer. Sé que yo les he parecido el “perfecto estereotipo contra el que están luchando”.
Pero les vuelvo a pedir y esto sí tendrán que aceptarlo: no me representen a mí pues no me representan. No estoy personificando ningún rol asignado. Elijo cada cosa que hago. Soy mujer y vivo a gusto.
No sé cuántas mujeres se sentirán representadas por esta perspectiva. En todo caso y lamentablemente, si esta perspectiva o parte de ella llegara a filtrarse en las mentes, en la educación, en la cultura, en los hábitos, la historia mostrará una cosecha desastrosa.
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